viernes, 3 de abril de 2009

Albalate


Mis circunstancias laborales habían hecho imposible nuestra escapada a Mallorca durante aquel verano de 1988, pero gracias a eso, tuvimos la oportunidad de pasar un par de semanas en Albalate de Zorita, el lugar de nacimiento de mi suegra, Pilar.

Resulta difícil describir las sensaciones que me produjo mi primera visita a Albalate. Como buen urbanita que era, había viajado muy poco a una zona rural. Por aquel entonces, se puede decir que prácticamente no existía la afición mundial por el turismo rural. Los ciudadanos se quedaban en sus casas, y los que eran de algún pueblo viajaban al mismo para pasar largas temporadas. Pilar estaba muy contenta al enseñarme el entorno en el que había pasado gran parte de su infancia, sobre todo durante los meses de verano.

Lo primero que me impresionó fue la llegada a la casa de mi suegra. Una puerta metálica de dos hojas daba paso a un ancho pasillo, de más de dos metros, solado con baldosa de garbancillo y cubierto por un emparrado impresionante. Desde ese lugar no se ve la casa. Hay que avanzar unos diez o doce metros para acceder a un patio, situado frente a la casa propiamente dicha. La casa tiene dos plantas, además de la planta baja. Resulta complicado llegar a esa casa y que no haya nadie sentado bajo el porche de la entrada, en un marco rodeado de los rosales y otras plantas que tan profesionalmente cuida Pepe, mi suegro. O la sombra de un níspero, que da fruto como el que más, en una silla de mimbre de esas de media circunferencia que invitan a roncar sin ninguna consideración. Normalmente, los que están sentados, la mayor parte de las veces parte de la numerosa familia de Pilar, callan cuando escuchan la puerta metálica de la entrada, señal inequívoca de que ha entrado alguien. Cuando el visitante es de confianza, desde la misma zona del emparrado, sin que nadie de los que están sentados en el porche haya podido verle todavía, anuncia su llegada, para romper el silencio de los que esperan, que le reciben con cariño. Han sido innumerables los viernes por la tarde, en verano, en los que he llegado, casi siempre a la misma hora, y Pilar y Sergio me esperaban en ese porche, ella descansando, y Sergio jugando con sus playmobil, sus “masillas”, como les llamaba a unos inclasificables muñecos que le compramos una vez, o el juguete que estuviera de moda en aquel momento.

Aquella primera vez se produjo una verdadera avalancha de familiares que querían conocerme, y que pasaban el verano en el pueblo. El primero al que vi fue a Angel, uno de los hermanos de Pilar madre, que me contó que, antiguamente, cuando venía un forastero que se había echado de novia a una del pueblo, tenía que pagar “la patente”, o sea, invitar a una ronda a todos los parroquianos y familiares de la chica, si no quería arriesgarse a que le echaran al pilón. El tal pilón resulta ser una fuente árabe antiquísima, situada junto a la carretera que atraviesa el pueblo, y que tiene un sistema de llenado y de vaciado sumamente curioso. En un par de ocasiones tuvimos Pilar y yo la oportunidad de visitarla por dentro. El laberinto de galerías de piedra que discurre por el interior es realmente una obra arquitectónica digna de estudio.

Albalate está situado en plena comarca de la Alcarria, en una zona que, en la antigüedad, estaba dominada por un lugar llamado Zorita de los canes, y que hoy es el pueblo más pequeño de la zona. La central nuclear de Zorita, la primera de España. Se sitúa al lado mismo del río Tajo, en uno de los lugares de más anchura de esta vía de agua. Desde el castillo de Zorita, en ruina absoluta, se puede ver un paisaje espectacular, con el Tajo a nuestros pies, y la Recópolis, un asentamiento visigodo que, por aquel entonces, aún no se podía visitar. Pilar estaba encantada, explicándome cada uno de los lugares que visitábamos, su historia y, sobre todo, las tradiciones de su infancia que estaban ligadas a él. Me enteré así que, de pequeña. Hacía excursiones de vez en cuando, a patita, a la fuente de San Antonio, situada cerca de Almonacid de Zorita, el pueblo vecino a Albalate. También organizaban excursiones a la presa de Bolarque, un entorno que constituye también una importantísima obra de ingeniería, nacimiento de lo que es el trasvase Tajo-Segura. Cuesta asimilar, cuando se observa por primar vez, que por los dos gigantescos tubos metálicos situados en la falda de la montaña pueda ser bombeada el agua, que llega hasta el pantano de la Bujeda, situado a una cota superior a la del pantano de Bolarque, para que desde allí se introduzca en un canal que llega hasta la misma Murcia.

Pasamos unos días inolvidables en Albalate. Conocí a un gran número de primos de Pilar, y a sus allegados, y visitamos casi todos los rincones de la comarca. Descubrí también el silencio nocturno por primera vez en mi vida. Hasta aquel momento, no había sido capaz, como buen urbanita que era, de sustraerme al murmullo nocturno, cuando no ruido, de una gran ciudad. En Albalate lo conseguí. Un silencio que se podía mascar. Probé varias camas, situadas en la zona alta. Mi primera siesta, en una habitación de la que me habían advertido que hacía calor, resultó desastrosa, al despertarme empapado en sudor. Finalmente me decidí por una cama situada justo encima de la habitación de mis suegros. Por lógica, todavía no hubiera estado bien visto, y así lo decidimos Pilar y yo, que durmiera en la misma habitación que mi novia desde hacía menos de un año. No me importó en absoluto. Aquella cama era, y es todavía aún hoy, un remanso de meditación trascendental. No recuerdo haber dormido tanto y tan profundamente en ningún otro lugar. Algunas veces, superada ya aquella primera vez, me levantaba a la una del mediodía para comer, me echaba después la siesta, me levantaba a la hora de cenar, y volvía a acostarme hasta el día siguiente. Como si me hubiera picado una mosca tse-tse.

Pilar estaba a sus anchas en el pueblo. Todo el mundo la quería con locura, y nuestros trayectos hasta el supermercado, el puesto de los churros, o el puesto de periódicos, se hacían interminables, ya que se paraba cada dos pasos a saludar y a presentarme. A Albalate bajn a comprar, sobre todo en verano, los habitantes de la Nueva Sierra de Madrid, al parecer la urbanización de chalets más grande de Europa, y una de las más antiguas. Por el “Mar de Castilla”, se conoce también a un lugar invadido de pinares, granito y el agua de los dos pantanos que lo bañan.

Albalate supuso una parte muy importante de nuestra relación. A pesar de que era de Madrid (y gracias a esa circunstancia me libré de pagar la patente que me pedía Angel), Pilar tenía hondas raíces en aquel lugar. Toda su infancia y adolescencia habían estado marcadas por sus salidas a los pueblos de la zona, por las fiestas de verano, por su primera (y única) moto, por sus amigos, por sus primos, y sobre todo sus primas, con las que compartió habitación en muchas ocasiones, por su familia y por todo aquel entorno de una serenidad y una paz que resultaba imposible encontrar en Madrid. De aquel primer contacto quedó una película grabada con una descomunal cámara Sony, que creo que se ha perdido en los infiernos de las diferentes mudanzas. En la misma se nos veía trotando por el Noguerón a Pilar, a sus primos y a mí, en lo alto del castillo de Zorita, en la puerta del cementerio y en otros lugares emblemáticos. Es muy probable que algún día aparezca, no lo descarto.

Albalate surgirá muchas veces en esta página. Gran parte de nuestra vida juntos transcurrió en ese lugar.