martes, 27 de enero de 2009

La noche mágica


Aquel domingo en el que fuimos a la presa del Atazar lo pasamos Pilar y yo prácticamente juntos y solos, a pesar de estar rodeados de amigos. Tanto Javier como Montse debieron de darse cuenta de que aquello iba por buen camino, porque la mayor parte de las veces nos dejaban atrás, supongo que en una especie de maldad que urdieron para que pasáramos más tiempo charlando. El día transcurrió deprisa. Comimos fuera a base de bocadillos, tortillas de patata y pimientos fritos, no recuerdo muy bien si en Patones de arriba o en Patones de abajo. Al final del día, acompañé a Pilar a su casa, y fue entonces cuando comenzó a llover, una tormenta que se había barruntado a lo largo de todo el día, pero que había esperado pacientemente a desatarse con toda su intensidad a que llegáramos a casa.

Tengo que confesar públicamente que aquel lunes, al día siguiente, jugué con ventaja, porque seguía lloviendo. Y me explico: Pilar odiaba la lluvia, y era capaz de anular una cita si el cielo estaba plomizo, por si acaso. Por eso, cuando la llamé desde el trabajo para quedar con ella, y me dijo que sí, a pesar de la lluvia, supe positivamente que tenía bastante campo ganado.

Nos citamos en Alonso Martínez, cerca de la calle Covarrubias, donde yo trabajaba. Se presentó guapísima, con un abrigo azul que desapareció algunos años más tarde, y un paraguas del mismo color. Estaba un poco acelerada, porque la lluvia en aquel momento caía con mucha intensidad. Decidimos ir a tomar algo a la cafetería Riofrío, cerca de Colón, y hacia allí nos dirigimos, cogidos del brazo, y sin que nos importara un carajo la lluvia que nos rodeaba.

Una vez en la cafetería empezamos a recordar la jornada anterior, a comentar la comida, las diferentes anécdotas que nos habían ocurrido, y los consabidos comentarios referentes al grupo de amigos en el que nos estábamos moviendo. Que si tal parece que le gusta a cual, que si Roberto, que si Montse, etc, etc. Lo normal, pero con una alegría y una complicidad que aún hoy me sigue sorprendiendo. Todos los que conocisteis a Pilar sabéis de sobra que, además de buena persona, tenía una psicología fuera de lo común, y veía cosas en el grupo de amigos que a mi se me escapaban por completo, entre otras razones porque siempre he sido muy distraído para esas cosas, y como razón principal, porque la que me interesaba era ella, y nadie más.

El tiempo pasaba, pero no nos dábamos cuenta. No nos olvidemos de que era lunes, que los dos trabajábamos, y que el día anterior nos habíamos dado una soberana paliza siguiendo por esas carreteras de Dios a los locos del Rally Valeo. Supongo que estábamos cansados, pero no nos dábamos cuenta. Creo que era la primera vez que quedábamos los dos solos, pero lejos de tener la timidez que me había dado en otras muchas ocasiones al quedar con una chica a solas, en esta ocasión me encontraba completamente en mi salsa, y tenía la sensación de que a ella le ocurría exactamente lo mismo que a mi. Estábamos cómodos, en una palabra, y sin que casi nos diéramos cuenta nos dieron las diez de la noche.

Cuando le propuse que nos fuéramos, Pilar sacó de su bolso un regalo para mi. Siempre fue muy detallista, conmigo y con todo el mundo, y aquel fue el primer momento en el que me di cuenta de aquello. Me regaló un libro con una tarjeta de esas dedicadas. Sin venir a cuento, porque no era ni mi cumpleaños ni nada que se le pareciera. Con el tiempo he llegado a pensar que la muy tunanta intuía perfectamente que aquella noche iba a suceder algo importante, y se preparó para la ocasión haciéndome un regalo, inaugurando de paso una costumbre que mantuvimos a lo largo de toda nuestra vida juntos: hacernos regalos inesperados, en los momentos más insospechados, y sobre todo durante el tiempo en que fuimos novios. Yo le agradecía el regalo con un beso en la mejilla, y sin más, pagamos la cuenta y salimos de nuevo a la calle.

Hacía una noche especial, o al menos a nosotros nos lo parecía. A pesar de la lluvia, la luz de la ciudad se reflejaba sugerente en las aceras. Era muy tarde para ser lunes, y no había casi nadie en las calles. Nuestros pasos resonaban en el suelo mojado de una forma curiosa, casi mágica. Caminábamos despacio hacia el metro. Sin prisa, riéndonos y comentando el libro que Pilar me acababa de regalar. Había decidido acompañarla hasta su casa, así que cogimos la línea que nos llevaba hasta Diego de León, con la intención de coger después el autobús. Entre semana yo no llevaba el coche al trabajo, ya que resultaba muy complicado aparcar en aquella zona.

Cuando llegamos al andén para hacer trasbordo, nos miramos un momento, sin hablar. Jamás me declaré a Pilar, y ella a mi tampoco. Después nos reíamos bastante de esta circunstancia, y comentábamos que, en realidad, no habíamos formalizado nuestra relación, y que, por lo tanto, podíamos dejarla en cualquier momento sin ningún tipo de remordimiento. Simplemente, en aquel preciso instante, en aquel andén del metro, nos fundimos en un intenso beso.

Sin decir nada, sin ruborizarnos ni uno ni otro, sin estridencias, como todo lo que hacía Pilar, con la suma tranquilidad que la caracterizaba, y que tan bien me supo transmitir en ese y en otros momentos de nuestro tiempo juntos, comenzamos nuestra relación formal. El trayecto hasta su casa, incluido el autobús, se ha difuminado por completo en mi memoria. Me parecía estar viviendo un sueño. Solo recuerdo que desde aquel beso hablamos muy poco, por no decir nada, pero caminábamos abrazados con más intensidad que apenas unos minutos antes. A aquel primer beso le siguieron más, y recuerdo que reíamos como chiquillos. Estábamos muy a gusto el uno con el otro. Creo que eran más de las doce cuando por fin la dejé en su casa. Me despidió con una sonrisa y un saludo con la mano. Una imagen que se ha quedado para siempre grabada en la memoria. El primer día de nuestra relación. Así empezó todo.

A la mayoría os puede parecer una tontería todo esto, o algo tan personal que no debería compartirse con nadie. Si lo hago es porque me gustaría haber podido transmitiros una pálida imagen de la sensación que tuvimos tanto Pilar como yo aquella fría noche del año 1987. Eramos felices, y sabíamos de sobra que estábamos comenzando algo importante en nuestras vidas.

Supongo que todos vosotros habéis sentido alguna vez ese cosquilleo de felicidad, y si no es así, no sé a qué estáis esperando.


La fotografía que encabeza esta entrada es una de las más especiales que le haya hecho a Pilar. Es en Lanzarote, algunos años más tarde de esa noche mágica a la que está dedicada esta entrada. Es una fotografía que les gusta mucho a bastantes amigos, como Inma, Loli, Feli y nuestro eterno amigo David, que cada vez que venía a casa se quedaba mirando durante un buen rato el cuadro que hicimos con ella

miércoles, 21 de enero de 2009

Conociéndonos


Así pues, y después del vuelco que me produjo en el pecho la llamada que me hizo Pilar el miércoles, me fui mentalizando para pasar la tarde del sábado en su casa. Me extrañaba que me hubiera llamado tan pronto, y me extrañaba por la sencilla razón de que yo, cuando quedaba con mis amigos, improvisábamos más o menos una hora antes de vernos. Recuerdo que aquella previsión, la de llamarme tres días antes, me chocó. Una previsión a la que a lo largo de todos estos años me he ido acostumbrando. A Pilar le gustaba organizar las citas, las cenas o lo que fuera, con varios días de antelación. Muy pocas veces hemos improvisado una quedada, a menos que haya surgido el tema de repente, o nos hayamos liado la manta a la cabeza para salir escopetados a algún sitio.

Buena parte de la conversación que mantuvimos Pilar y yo consistió básicamente en que me explicara la forma de llegar a su casa. A mi, que vivía en Vallecas, me pareció todo un viaje iniciático llegar a Hortaleza, el distrito en el que ella tenía su casa. A pesar de sus indicaciones, me perdí a partir de la Plaza de Castilla, y estuve dando vueltas un buen rato antes de llegar. No nos olvidemos de que en aquella época no existían los móviles, con lo que la posibilidad de ir utilizándolo en plan GPS a base de llamar a alguien, quedaba descartada. Para mi sorpresa, a escasos metros de su casa pasé por la puerta de un colegio en el que yo había estado sacándome unas perrillas unos cuantos años antes, en el referéndum sobre la OTAN que organizó el PSOE. Ya por aquel entonces me había parecido que aquel colegio estaba en el culo del mundo. Por fin, después de rodear lo que coloquialmente se llamaban antes “las plazas de toros”, y entre las cuales se encuentra ahora ubicado el centro comercial “Gran Vía de Hortaleza”, mi flamante Peugeot 205 rojo y yo conseguimos llegar a casa de Pilar.

Me pareció curioso que Pilar me abriera la puerta de su casa el siguiente fin de semana de habernos conocido. Con su jovialidad natural, me presentó a otros amigos del grupo, entre los que estaban, creo recordar, Luis y Feli, otro Luis, Roberto, y los ya conocidos Montse y Javier. Aquel sería el grupo oficial de amigos a partir de aquel momento. Aquella tarde estuvimos jugando a las cartas, al Trivial...Lo habitual, vaya. Me impresionó gratamente la acogida que me dispensaron tanto unos como otros, y en especial Pilar, que estaba como una campeona en su papel de anfitriona. Me enteré aquella tarde de que sus padres vivían con ella, pero que se iban al pueblo de mi futura suegra un fin de semana sí y otro no, ocasiones que aprovechaba Pilar para organizar alguna tangana en su casa.

Mi llegada al grupo, y la de mi coche rojo, resultó providencial. Roberto se puso contentísimo cuando le dije que tenía coche, porque el único que lo tenía también en aquel momento era Luis, el de Feli, lo que limitaba bastante el número de excursiones fuera de Madrid. La novedad de contar con un coche más, y mi absoluta disposición a ponerlo al servicio del grupo, nos abrió todo un abanico de posibilidades. Hasta tal punto, que aquel mismo día programamos una excursión a Chinchón para el sábado siguiente, la primera de toda una serie de ellas.

Durante la excursión a Chinchón pude comprobar en primera persona la osadía de Pilar. Con el carnet de conducir recién estrenado, la muy tunanta se atrevió a coger el coche en cuanto tuvo ocasión, en una parada técnica que realizamos en el arcén de la antigua carretera comarcal que llevaba a Chinchón desde la carretera de Valencia. Como quiera que la mujer no estaba demasiado ducha que digamos en el manejo de vehículos, y que al parecer se le había olvidado donde estaba el Pilar del freno, empezó a gritar con la ventanilla abierta, descojonada de risa, que no sabía parar. No se le ocurrió a la buena de Pilar otra cosa que dar un volantazo, que a punto estuvo de volcar el coche con ella dentro. Por suerte, y debido a la poca velocidad que llevaba, se caló el motor, con lo que el Peugeot se paró a unos cien metros del lugar que ocupábamos todos los demás, expectantes ante el desenlace de aquella improvisada aventura. Mis sentimientos en aquel momento saltaban de un extremo a otro. Por un lado, sentía admiración ante aquella chica que se había atrevido a coger el coche sin haber practicado lo suficiente. Por otro lado, sentía una tristeza infinita ante la posibilidad cierta que se me había presentado de quedarme con el coche todo abollado, con la dirección rota o con cualquier otra avería de complicada solución (creo que por aquel entonces todavía no era socio del RACE, bendito salvador en muchas ocasiones de mis meteduras de pataza a la hora de coger el coche).

Cuando el día estaba medio nuboso, nos quedábamos en Madrid, bien en casa de Pilar, si habíamos tenido la suerte de que sus padres hicieran una salida al pueblo, o bien en cualquier tugurio de las zonas de Argüelles, Orense, Bilbao o cualquier otra. Solíamos frecuentar un pub de Orense, el Carlota, de manera similar a como lo hacían los protagonistas de “Friends”, “Cheers” o “Frasier”. Fue precisamente en “Carlota” donde el bueno de Roberto, un tío con gafas que parecía vasco por su corpulencia, nos enseñó una tarde, sin ninguna misericordia, las mil y pico de fotos que había hecho en un viaje a Argentina. Aquella tarde acabé con dolor de cabeza, os lo juro, porque además, el buen hombre comentaba cada una de las fotografías con todo lujo de detalles.

Normalmente, cuando terminaba la quedada en estos lugares, yo me dejaba caer por el “San Mateo”, para desintoxicar y para contarle a Juan Antonio mi progreso con el nuevo grupo de amiguetes. Previamente a eso, la mayoría de las veces llevaba a Pilar a su casa. A ella le encantaba, y a mi me estaba empezando a encantar. Cada vez me sentía más atraído por ella, y la sensación que me daba era que a ella le ocurría lo mismo. Descubrí rasgos suyos que me resultaban bastante sugerentes. Odiaba la lluvia hasta el punto de llegar a cancelar alguna que otra cita con el grupo de amigos. Una faceta suya que me ayudó bastante a la hora de empezar a salir juntos, como ya os contaré en los siguientes capítulos. Era muy metódica y ordenada para todo, algo que pude comprobar la primera vez que vi la casa. Estaba muy orgullosa de ella. Se la habían entregado un año antes, y ya la tenía completamente decorada a su gusto, con un estilo muy personal y cálido, nada hortera, entre funcional y agradable.

Aquellas semanas transcurrieron de una manera muy agradable, con las mencionadas excursiones a Chinchón, a Toledo, a Guadarrama... Y en especial a una, un domingo de Otoño cuya fecha no me acuerdo. Javier, el novio de Montse, nos llevó a ver el Rallye Valeo de aquel año, que discurría, entre otros lugares, por los dos pueblos de Patones, por la presa del Atazar y por toda esa zona en general. Para aquel entonces, entre dos y tres meses de habernos conocido (es una lástima que no recuerde bien la fecha. Si alguno sabe cuando se celebraba el Valeo en Madrid, le agradecería que me ayudara), la relación con Pilar estaba llegando a un punto álgido. Permaneciendo dentro del grupo, conseguíamos encontrar sin embargo muchos momentos para conversar entre nosotros. Lo que al principio no había resultado probablemente más que una cierta atracción entre dos personas con un sentido del humor similar, se estaba convirtiendo en algo más. Aquel día, ni Pilar ni yo conseguimos ver un solo coche, tan enfrascados como estábamos el uno con el otro.

Al día siguiente, lunes, empezamos a salir oficialmente juntos, pero eso, amigos, es otra entrada.

miércoles, 14 de enero de 2009

El encuentro


Quedamos de una manera improvisada. Yo estaba atravesando una extraña situación, en la que necesitaba un cambio de aires, un cambio de ambiente. Me había ocurrido lo que les ocurre tantas y tantas veces a los que tienen amigos que no estudian en la Universidad.

A mis veintiséis añitos recién cumplidos, había dejado de salir con un grupo de amigos más o menos fieles, más o menos antiguos, por diferentes y variadas razones. En primer lugar, porque los pobres estaban un poco hartitos de llamarme cada fin de semana, y que yo no pudiera salir con ellos porque tenía tal o cual examen. En segundo lugar, porque mi poder adquisitivo estaba muy mermado en comparación con el de ellos, que trabajaban y tenían un sueldo infinitamente mayor que la paga semanal que me daba mi padre. A pesar de que en estos momentos yo trabajaba desde hacía poco más de un año, tantos y tantos años de gorroneo no podían por menos que terminar pasando factura. Y en tercer y último lugar, porque por azares del destino y efervescencia de hormonas, se habían formado a lo largo de mis años de carrera las inevitables parejas, y ya no quedaba nada para un pobre licenciado sin un puñetero duro, y además más o menos gordo.

Por todo lo anterior, llamé a Montse, una antigua amiga de la playa, y quedamos en vernos aquélla tarde del 12 de Octubre de 1987, día del Pilar. Me dijo que si no me importaba que fuera con una amiga, y le dije que no, que por supuesto, que al contrario.

A las seis de la tarde, en la puerta del Burguer King de Diego de León, me encontré por primera vez con Pilar.

Después de los saludos y los besos obligados a Pilar y a Montse, y al apretón de manos a Javier, el novio de Montse al que conocí también por primera vez aquel día, deliberamos un poco antes de decidirnos por ir a tal o cual sitio.

Recuerdo que me gustó desde el principio la jovialidad de Pilar. Venía vestida con un vestido gris con líneas horizontales muy finas de color verde, medias blancas y zapatos negros. Es curioso que a estas alturas recuerde uno detalles de ese tipo, cuando lo cierto es que se me han olvidado muchas cosas incluso más recientes. Supongo que tendrá algo que ver el hecho de que fuera la primera vez que nos veíamos, la novedad, pero el caso es que ya desde el principio, desde aquel momento en la puerta del Burger, Pilar no me dejó indiferente. Prueba de ello es que no recuerdo en absoluto como iban ni Montse ni Javier, y ni siquiera yo mismo. Supongo que iría de “after normal”, como muy bien definía mi primo Juan Antonio a mi forma de vestir, anodina e insulsa, siempre con vaqueros y camisa, destacando siempre tanto en Rockola como en Pachá por mi absoluta falta de afiliación vestimental.

Les sugerí acercarnos al San Mateo, un garito situado en la calle del mismo nombre, en el que trabajaba precisamente de pincha por aquel entonces mi primo. Ni siquiera me planteé que Pilar acabara de comer con sus padres en un elegante restaurante para celebrar la festividad del Pilar, tal y como era y ha sido costumbre a lo largo de todos los años que hemos pasado juntos. Ni siquiera me planteé que ni Montse ni Javier tampoco estuvieran muy acostumbrados a frecuentar ese tipo de locales, de música ultramoderna e importada, y más cercana al rock y al pop (bendito pop de los años ochenta que nunca morirá) que a cualquier otro tipo de música. Yo estaba tan acostumbrado a frecuentar el San Mateo, que me parecía mi segunda casa. Pasaba horas en la cabina del pincha, jugando a la máquina del tetris, o sentado en una mesa con la espalda apoyada en la pared, y me parecía lo más normal del mundo.

Aquel día, en concreto, el ambiente en el San Mateo estaba precisamente bastante cargadillo. Grupos de niñatos lo habían invadido a la llamada de los bajos precios de la cerveza, la música sonaba especialmente atronadora, y para colmo, Juan Antonio no estaba, por lo que tuvimos que pagar las bebidas (otra de las ventajas que no había mencionado era que las bebidas me salían gratis, “by the face”. Montse observaba alucinada el ambiente en el que me movía por aquel entonces (me conocía de la playa, de un ambiente familiar muy diferente), Javier observaba divertido el alucine de Montse, y Pilar declaró, sonriendo y a las primeras de cambio, que aquel lugar le gustaba mucho. Yo tuve un momento de revelación, y cuando me levanté a por las bebidas, me volví y observé aquella mesa, con tres personas más o menos mayores comparadas con la niñería que nos rodeaba, en medio de aquel mar de chupas de cuero y zamarras de pana, tuve la completa seguridad de que ni Montse, ni Javier, ni, por supuesto, Pilar, me iban a dirigir de nuevo la palabra.

Después de aquella absurda declaración de principios por mi parte, dejé que me llevaran ellos a algún lugar para cenar. Los tres trabajaban, no lo olvidemos (no lo olvidemos no, que no os lo había dicho), Montse y Pilar en sendas agencias de publicidad, y Javier en una empresa de mensajería. Sus sueldos eran astronómicos comparados con el mío, más bajo que el de un becario actual, dada mi escasa experiencia en el mercado laboral. Así que me llevaron a un lugar en el que, cuando entreví por encima la carta de precios, y tanteé con la mano mi modesto pecunio, se me pusieron los ojos como platos. No podía decir nada, porque el ratito en el San Mateo me había quitado argumentos, al menos por aquel día. Cené nervioso, y cuando trajeron la cuenta, tuve que pedirle prestado dinero a Montse, cosa que me cortó bastante, porque lo cierto es que hacía bastantes años que no había tenido roce alguno con ella.

Con todas estas premisas y acertadas intervenciones por mi parte, llegó la hora de despedirnos. Estaba seguro de que tendría que buscar el nuevo ambiente por otra parte, porque la verdad es que la tarde no había resultado precisamente brillante, pero para mi sorpresa, los tres declararon que se lo habían pasado fenomenal. Javier y Montse se fueron en metro por otra línea diferente a la que teníamos que usar Pilar y yo, así que me quedé solo con ella. Me dijo que tenía que ir a Diego de León a coger el 72 hasta su casa.

No sé muy bien la razón, aún hoy en día. Me lo había pasado bien con Pilar, y al parecer, ella tampoco se lo había pasado mal. Todo le parecía alegre, el San mateo, mi charla, la cena... Sin embargo, no era lógico que el primer día reaccionara como reaccioné: con grave riesgo de llegar a mi casa a las tantas, ya que para hacer lo que hice tenía que dar una vuelta del carajo de la vela en el metro, le dije que la acompañaba hasta Diego de León. Con el tiempo, cuando ya estábamos saliendo juntos, Pilar me dijo que le había sorprendido aquella reacción mía, cuando en realidad nos habíamos conocido aquella misma tarde. Os parecerá una chorrada, una tontería mía o una perogrullada a toro pasado, pero creo que, mientras viajaba en una línea de metro completamente desconocida para mi al lado de Pilar, intuí de alguna manera que aquello iba a terminar en buen puerto.

Le sugerí la posibilidad de vernos el fin de semana siguiente, pero me dijo que iba a quedar con un amigo. Para mi sorpresa, y corroborando mi intuición de que aquello iba por buen camino, fue la misma Pilar la que me llamó el miércoles siguiente para invitarme a pasar la tarde del sábado en su casa, junto con Montse y Javier. Puedo aseguraros que cuando escuché la voz de Pilar a través del teléfono (la inconfundible voz de Pilar, que a todo aquel que la haya escuchado alguna vez le resultará fácil de recordar), el corazón me dio un vuelco en el pecho.

Aquel fue el inicio de una gran amistad

viernes, 9 de enero de 2009

Presentación


Conocí a Pilar el día 12 de Octubre de 1987. Hemos compartido nuestra vida desde ese día hasta el día 29 de Septiembre de 2008. De ahí el título de este blog. Podría daros incluso la hora exacta de los dos acontecimientos, y las sensaciones que tuve en los dos momentos, tanto al conocerla como a la despedida, pero no quiero abrumaros con unos datos que nos pertenecen únicamente a ella y a mi, y que para cualquier otra persona seguramente no significarían absolutamente nada.

Esa es una de las preguntas más frecuentes que me hecho durante este último mes, antes de decidirme finalmente a sumergirme en un blog dedicado a exponer recuerdos, vivencias y sensaciones compartidos con la persona que precisamente me ha convertido en persona. ¿Le importarán a alguien nuestras alegrías, nuestras tristezas, nuestras pequeñas y grandes anécdotas, nuestros viajes por todo lo ancho y alto de este mundo?. Aún todavía, a la hora de ponerme a escribir estas líneas, no estoy seguro de si sabría contestar o no a esa pregunta. Nuestra vida tal vez no haya sido digna de aparecer en un programa de “reality show”, y no se han producido tormentosos acontecimientos como los que salpican la vida de los protagonistas de los programas del corazón, pero ha sido una vida plena, algo quizá tanto o más importante que todo lo anterior. He tomado la decisión de hacer el blog, en primer lugar porque lo necesito, en segundo lugar porque este blog constituirá una forma de que Sergio tenga una referencia de diversos aspectos de sus padres que, aunque le hemos contado muchas veces, lo hemos hecho de una forma más o menos desordenada, y en tercer lugar, porque los más allegados, amigos y demás familia, se verán reflejados también muchas veces, y seguramente sonreirán, se emocionarán, saltarán de alegría o de tristeza cuando lean ese recuerdo entrañable, esa comida pantagruélica, esa tarde de sopor y aburrimiento, plasmados en este lugar común. A los que no hayáis compartido estas vivencias, y os asoméis por aquí, os deseo que paséis un rato cuando menos agradable, en ocasiones divertido, en ocasiones aburrido, pero siempre real.

Intentaré mantener desde el principio una cierta coherencia temporal, tanto en lo que se refiere a los textos como en las fotografías elegidas para encabezar los artículos, pero no os prometo nada. La memoria flaquea al llegar a cierta edad, y también es muy posible que una vez reflejado tal o cual acontecimiento, recuerde, o alguien me ayude a recordar, otro acontecimiento tanto o más importante, situado más atrás en el tiempo. Con las fotografías es muy posible que ocurra algo parecido. A la organizada forma de colocarlas al principio, en maravillosos álbumes de tapa roja, hojas como de cartón, con líneas horizontales adhesivas y plásticos transparentes que siempre se despegaban, se une la caótica costumbre de guardar ciertos paquetes en una enorme caja, casi siempre roja (no sé porqué, os lo juro) y decorada con motivos navideños. En esa caja es posible encontrar negativos sueltos, amarillentas e inclasificables fotografías del día en el pantano del Burguillo, postales de un lugar que no se recuerda, dibujos infantiles y hasta una entrada al zoo del año 1988, por decir algo. Para esta presentación concreta he procurado escoger la primera opción, la del orden, y he elegido una imagen que saqué en una excursión al Escorial, un par de semanas después de que Pilar y yo empezáramos a salir oficialmente.

Gracias al consejo de amigos y familiares, he decidido finalmente prescindir de la opción de comentarios para este blog. Sé que muchos de vosotros no estaréis de acuerdo con esta decisión, pero quiero que se comprenda bien que este es un blog de tipo intimista, muy personal, y que el hecho de tener que contestar o agradecer los comentarios de los que lo frecuentan me harían perder un poco la perspectiva de su desarrollo. Prefiero centrarme plenamente en exponer de una forma más o menos interesante los recuerdos que han plagado estos algo más de veinte años de vida juntos, y espero que comprendáis y respetéis la decisión de no publicar comentarios. Al que quiera ponerse en contacto conmigo, siempre le queda la opción de dirigirme un correo personal a la siguiente dirección:
rincondefelix@gmail.com

En este mismo sentido, tampoco puedo aseguraros la frecuencia con la que se desarrollarán las diferentes entradas, pero me ofrezco a confeccionar una lista con aquellos interesados en seguirlo, como ya hago cada vez que publico una entrada en mis otros blogs con los más allegados, y avisarles cada vez que se publique una entrada. Al que le interese esta forma de seguir la página, le ofrezco la posibilidad de enviarme su dirección de correo a la dirección indicada más arriba. Los correos de aviso los envío con copia oculta, por aquello de mantener el anonimato entre los que lo reciben. Lo digo por si a alguien le da respeto esta forma de enterarse de la colocación de entradas en el blog.

Al principio de esta presentación he explicado la razón del título del blog. Creo que el subtítulo, la maravillosa frase que tan generosamente me regaló Stael, del foro de Yoescribo, se explica por sí sola, y esa frase, precisamente, ha sido el detonante que me ha empujado a crear este blog en recuerdo de Pilar. Desde que la leí le he estado dando vueltas, y este es el producto final.

Así que no me queda nada más que desearos que sonriáis, amigos, del mismo modo en que Pilar y yo lo hemos hecho a lo largo de estos algo más de veinte años.