jueves, 23 de abril de 2009

Pequeño inciso sentimental






Permitidme un pequeño inciso en esta especie de recordatorio vital que estoy compartiendo con vosotros. Como ya os habréis dado cuenta los que leéis este blog, la mayor parte de las entradas están precedidas por una fotografía de Pilar. Intento mantener una línea cronológica en las mismas. Hasta el momento han salido tal y como nos conocimos al principio, una imagen que nada tiene que ver con la de la madurez, o con la época en la que nos casamos, o con la época en la que nació nuestro hijo Sergio. Pilar se ha mantenido siempre joven, con una tersura en la piel que despertaba la envidia de familiares y amigos, y si bien en estas fotografías iniciales parecía una mujer hecha y derecha (tal y como era, por otro lado), a medida que iba madurando se iba poniendo más guapa, tal y como podréis comprobar en el futuro, si es que no os aburrís antes, y dejáis de leer estas páginas tan mías como vuestras.

La elección de las fotografías de portada a los artículos me ha supuesto desde el principio un pequeño quebradero de cabeza, y os explico la razón: tras el fallecimiento de Pilar, y una vez que decidí embarcarme en esta aventura, lo primero que hice fue tratar de ordenar los recuerdos, representados por las fotografías y por los pequeños diarios que realizábamos de nuestros viajes, materializados en dos o tres folios, mecanografiados a máquina en los ratos libres de los que Pilar disfrutaba en su trabajo, o garabateados a mano en diferentes cuadernos que se han ido poniendo amarillentos por el tiempo implacable que ha transcurrido desde que se escribieron. Buscando y rebuscando por toda la casa, descubrí, con cierta sorpresa y bastante decepción, que en realidad se conservaban bastantes pocas fotografías de aquella época. Encontré varios paquetes de diapositivas, pertenecientes a un período, entre 1988 y 1989, en la que me dio por utilizar este sistema de fotografía. Las diapositivas, proyectadas en una pantalla o en una pared, resultaban espectaculares, pero lógicamente, pasarlas a formato digital representaba un pequeño engorro, o eso creía yo, hasta que descubrí un scanner en la empresa en la que trabajo, que facilitaba esa labor. Gran parte de las fotografías que han aparecido hasta el momento proceden de esas diapositivas, y a medida que avancemos irán apareciendo más.

Otra fuente de información y de recuerdo la constituyen apenas tres o cuatro álbumes de fotografías, de aquellos que tenían hojas adhesivas con una lámina de plástico transparente que tapaba el conjunto una vez finalizada la labor de disponer las fotografías sobre las hojas. De esta manera he conseguido también, al escanearlas, bastantes imágenes que ya no recordaba.

No obstante, después de rebuscar documentos y fotografías, echaba en falta bastantes momentos de los que habíamos pasado juntos, no solo viajes, sino excursiones, e incluso alguna que otra reunión con amigos o familiares. Como podéis comprender, uno no recuerda todas las ocasiones en las que se han realizado fotografías de un determinado acontecimiento, pero sí es capaz de recordar ciertos acontecimientos en los que sí que era seguro que se habían tirado fotografías, y yo echaba en falta bastantes de esos momentos. Por concretaros un poco más este punto, yo era incapaz de encontrar las fotografías que hicimos en Lanzarote, posiblemente nuestro primer viaje juntos, en el que tiramos al menos la fotografía que tengo enmarcada en mi cuarto, y que apareció en uno de los primeros artículos de este blog.

Se puede decir que en aquel momento, consciente de que faltaban documentos gráficos, sufrí una especie de “ligera ansiedad”, y me propuse emprender una búsqueda implacable, en un intento de reforzar esa limitada memoria que tenemos todos, y que tanto nos puede ayudar para mitigar la tristeza que ha supuesto la pérdida de la persona querida. Os parecerá mentira, pero he conseguido, con esa técnica, difuminar de mi cabeza la imagen de Pilar de los últimos meses de la enfermedad, y conservar intacta la imagen de vitalidad que siempre ha tenido. Con ese ánimo, indagué en la ingente cantidad de álbumes que tiene mi padre, y descubrí con sorpresa fotografías que ni siquiera sabía que existían, o que ya daba por olvidadas desde mucho tiempo atrás. Mi hermana Laura, en ocasiones gran colaboradora de este blog gracias a su buena memoria, me entregó también una buena cantidad de fotografías, pertenecientes a las ocasiones en las que habíamos salido juntos los cuatro, Pilar, mi hermana, mi cuñado Javier y yo.

Tras esta recolección, con su correspondiente rapiña por las casas familiares, me quedé sin embargo con la sensación cierta de que había recuperado una parte, pero que me quedaba todavía el trozo más importante del pastel. Me resultaba difícil de creer que todos esos recuerdos no estuvieran escondidos en algún lugar, y puse prácticamente la casa patas arriba para tratar de encontrarlos. Había algo que no me cuadraba. Me resultaba difícil de asimilar que Pilar, que era tan metódica y ordenada, no tuviera controlada la situación. Puede que os cueste entenderlo, porque no habéis tenido la inmensa suerte de convivir con ella, pero para mí estaba claro que algo fallaba, que no podía ser. Finalmente me resigné a que el grueso de las fotografías debía de estar en algún lugar de la casa de Albalate, y con esa idea me mentalicé de que ya buscaría el próximo verano. Es decir, que empecé a olvidarme del asunto.

El lunes pasado, haciendo limpieza en la parte alta de un armario de la habitación de Sergio, apareció una caja de plástico de considerables dimensiones, oculta en un rincón que no se veía desde el nivel del suelo. Ya podéis imaginar lo que contenía la susodicha cajita. Varios cientos de fotografías en papel, de todas las épocas y de todos los tamaños, sueltas unas y agrupadas con otras de la misma fecha, encuadernadas otras en pequeños álbumes amarillos, de los que regalaban cuando revelabas un carrete en un laboratorio de fotografía, metidas en sus correspondientes sobres otras, con sus negativos y todo...

Empecé a mirar fotografías, con el corazón latiéndome deprisa al descubrir de nuevo viajes, situaciones y rincones que ya creía olvidados. Lo que hasta entonces había realizado como una actividad en cierto modo dosificada, viendo las fotografías poco a poco durante los tres últimos meses, se convirtió el lunes de repente en un vendaval de imágenes, en un atracón visual. Aquello, como no podía ser de otra manera, terminó como el rosario de la aurora. Después de estar mirando, durante cerca de una hora, un sin fin de fotografías en las que Pilar derrochaba vitalidad y alegría por todos y cada uno de los poros de su piel, acabé como el protagonista de “Cinema Paradiso”, es decir, llorando a lagrimón libre. Allí estaban el viaje a Lanzarote, el viaje a París con mi hermana y mi cuñado, excursiones a los alrededores de Madrid, rincones de Albalate, Pilar abrazada a mí, Pilar sonriendo con esa picardía alegre que tanto utilizaba para posar, Pilar pasándoselo bien con los primos de Burgos, con los padres del Ramón y Cajal...

Cuesta ver las imágenes de un ser querido cuando nos ha dejado, os lo aseguro, pero también gratifica enormemente. Es entonces cuando empiezas a hacerte verdaderamente consciente de que todo lo que has vivido merece la pena, de que un instante de felicidad como el que se refleja en una determinada imagen, compensa cualquier tristeza que se nos pueda presentar. Nunca he tenido tan presente la frase de Bourdakian que encabeza este blog, como en el momento en que descubrí ese aluvión de momentos felices. Como muy bien dice una compañera que en estos momentos está atravesando por momentos duros con la salud de su marido, la vida no es una fiesta, pero yo matizaría que, durante mucho tiempo, es como si lo fuera.

Cuando le dije a mi suegra que habían aparecido las fotos, no le sorprendió en absoluto. “Ya sabía yo que estarían guardadas en algún lugar. Pilar lo dejó todo atado y bien atado”.

Es verdad.