jueves, 12 de marzo de 2009

La pasión de viajar


Uno de los rasgos más importantes de la personalidad de Pilar era la pasión que sentía ante los viajes, fueran del tipo que fueran, más largos o más cortos, a lugares lejanos o cercanos. Disfrutaba tanto con los preparativos como con el viaje en sí. Era una digna discípula de Kavafis, que en uno de sus poemas nos recomienda disfrutar del viaje, del trayecto a seguir para llegar a destino.

Antes de conocerla, yo solo había salido al extranjero con ocasión de un viaje de fin de curso al terminar COU. A Londres, para ser más exactos. En ese sentido, ella me llevaba una ventaja abismal. Pilar había estado en Inglaterra, viviendo en el seno de una familia británica durante cerca de un mes, con su amiga Montse. Había viajado a Dinamarca, a Holanda, a la antigua Yugoslavia, a Francia, y a otros muchos países de Europa de los que guardó un recuerdo imborrable. Pilar se entristeció mucho cuando se desató la locura en Yugoslavia, con aquella “limpieza étnica” que tantas vidas humanas costó. Ella había estado en Mostar, ciudad de la que conservaba un bello recuerdo, y no podía ver las noticias, en las que aparecía el viejo puente de esa ciudad, destrozado a base de bombas. Cuando volvió de Yugoslavia, la casa de revelado de fotografías le jugó a Pilar una jugada nefasta: le veló tres de los cuatro carretes que había gastado. Por suerte, trajo también innumerables postales y libros de la zona, entre las cuales cabe destacar cuatro fotografías antiguas de Mostar, que conservamos a día de hoy enmarcadas en el cuarto de estar.

Pilar seguía casi siempre un rito singular para organizar los viajes. Empezaba por elegir la zona a visitar, como es de suponer, y después indagaba por todos los medios a nuestro alcance, a través de Agencias de viajes cuando no existía Internet, y a través de este medio después, hasta conseguir fotografías fidedignas y actuales del hotel en el que íbamos a alojarnos durante nuestra estancia en el lugar que fuese. Siempre era ella la que buscaba, la que comparaba precios, la que impartía la ruta a seguir, a menos que se tratara de mantener un recorrido por carretera, en cuyo caso era yo el que organizaba las distintas paradas, en función de las distancias recorridas y de lo que hubiera que ver en cada una de ellas. Desde el mismo momento en que surgía la idea del viaje, un par de veces o incluso más cada año, Pilar disfrutaba con los preparativos. Si lo que íbamos a visitar era un lugar de montaña, se encargaba de apertrecharnos convenientemente, con guantes, cazadoras y calzado adecuado. Si de lo que se trataba era de ir a un lugar de playa, bañadores, ropa ligera y toda clase de flotadores, sobre todo en la fase de infancia de Sergio. Siempre sabía qué llevar exactamente a cada lugar, y se informaba incluso del tiempo que nos iba a hacer.

Era un placer dejarse llevar por su experiencia en viajar, pero sobre todo por su entusiasmo. Tanto Sergio como yo, como otras personas que nos han acompañado en ocasiones, hemos aprendido a viajar gracias a ella. Gracias a ella, el máximo placer que sentimos, consiste en preparar una maleta y dejarnos llevar por la aventura de conocer lugares nuevos. Dicen que viajando se le abre a uno la mente, y os puedo asegurar que es una afirmación absolutamente cierta. Si a ello le unimos además las facilidades que hoy en día nos proporciona Internet para realizar tan gratificante tarea, sacaremos en conclusión que, de tener más tiempo para ello, estaríamos viajando constantemente.

Pilar me comentó su pasión por los viajes muy poco tiempo después de empezar a salir juntos. Tanto entusiasmo ponía en ello, que acabó por contagiarme ese gusanillo que no me ha abandonado desde entonces. Como ya he contado más arriba, mi único viaje había sido a Londres, y tampoco es que me enterara de mucho, entre otras razones porque el asilvestramiento al que estábamos sometidos mis compañeros y yo, nos empujó a pasar gran parte de la semana encerrados entre las cuatro paredes del hotel, bebiendo, fumando y jugando a las cartas. Para que os hagáis una idea del patetismo de aquel viaje, os contaré que una noche nos quedamos a ver el festival de Eurovisión en uno de los salones del hotel, y coincidió con la ocasión en la que, a la buena de Betty Misiego, le robaron el primer puesto los quijotescos votantes españoles. Recuerdo que había a nuestro lado una pareja de ingleses que se descojonaba literalmente de nuestra caballerosidad. Con eso lo digo todo sobre aquel viaje.

Era cuestión de días que Pilar organizara lo que iba a ser nuestra primera salida al exterior. Se le ocurrió que podíamos pasar una semana, a principios de verano, en Palma de Mallorca. No me pareció nada mal, porque ni ella ni yo lo conocíamos, así que la maquinaria Pilar se puso en marcha, y antes de que quisiera darme cuenta ya había reservado los vuelos, el hotel, y hasta el coche de alquiler. Yo no tenía ningún problema para coger las vacaciones en las fechas que ella había dispuesto, así que no nos quedó otra cosa que esperar a tan señalada ocasión.

Hacíamos planes sobre lo bien que lo íbamos a pasar en Mallorca, sobre lo a gusto que íbamos a estar en el hotel, y sobre los baños que nos íbamos a pegar en la playa de Es Trench, que por aquel entonces ya sabíamos, gracias a los libros y a las guías que Pilar se había dedicado a recopilar tan afanosamente como siempre, que era una de las más famosas de toda la isla. La idea era alquilar un coche durante los cuatro primeros días, darnos la paliza recorriendo Valldemosa, Inca, la playa de la Calobra, Manacor y otros lugares emblemáticos, y pasar los tres últimos días tumbados a la pata la llana en la piscina del hotel, que tenía una pinta monumental en las fotografías. Pilar había contratado un régimen de media pensión, por lo que solo tendríamos que preocuparnos de la comida del medio día.

En aquellas estábamos, disfrutando por anticipado de una semana que nos iba a servir entre otras cosas para comprobar la calidad de nuestra convivencia, cuando el bueno de mi amigo Juanjo, aparejador como yo, me telefoneó para que me acercara a hacer una entrevista de trabajo en la empresa en la que él trabajaba. Aquello ocurrió más o menos en Junio de 1988, muy poquito antes del verano. Se trataba de cambiar de empresa con un sueldo de más del doble de lo que estaba ganando en aquel momento. Hice la entrevista, y me cogieron.

Recuerdo perfectamente la tarde en la que le comuniqué a Pilar que me había contratado una empresa nueva. Estábamos en el coche, en los alrededores de la calle Añastro, supongo que a punto de bajarnos para ir a Elke´s, al Yuppi o a cualquier otro antro de perdición de los que solíamos frecuentar. Le conté las condiciones, el sueldo, lo inmejorable que me había parecido el puesto, el horario, etc. Pilar me escuchaba entusiasmada, con un brillo de felicidad en los ojos. Un brillo que se borró cuando le dije que, debido a que acababa de entrar, no tenía todavía derecho a vacaciones, y que, por tanto, había que anular lo del viaje a Palma de Mallorca.

He visto en muy pocas ocasiones triste a Pilar, y os aseguro que aquella ocasión fue la primera, y una de las peores. Sin poderlo evitar, soltó unas lágrimas, apenada por tener que anular el viaje. La vi tan desconsolada, que le dije que no, que no me cambiaba de empresa, que no se preocupara, que ya habría más ocasiones, y que lo importante era nuestro viaje. En una de aquellas reacciones serenas que tanto he valorado durante todos estos años, Pilar dejó de llorar, se secó las lágrimas, y me dijo, con seriedad, que no dijera tonterías, que no podía desperdiciar una oportunidad como la que se me había presentado. Sonrió otra vez, me manifestó su alegría con un beso, y fuimos a celebrar mi mejora laboral aquella misma noche.

Nuestro primer viaje, nuestra primera ocasión para estar juntos los dos solos, se había anulado, pero vendrían otras muchas. Pasados los años fuimos a Palma de Mallorca, en un viaje calcado del que habíamos planeado para aquella primera ocasión. Pero esa, amigos, es otra entrada.